Comentario
Al alborear el 1 de septiembre de 1939, las tropas alemanas atacaron Polonia y ante los atónitos ojos del mundo entero lograron su capitulación en menos de un mes. Francia y Gran Bretaña, ligadas a Polonia por acuerdos que les implicaban en su defensa, declararon la guerra a Berlín pero; tal como Hitler había previsto no dispararon un tiro en el frente occidental de Alemania. Von Vormann, representante del ejército en el cuartel general de Hitler durante la campaña de Polonia, anota en su diario: "En el Oeste, la guerra en broma continúa. Hasta el momento no se ha disparado un solo tiro en el frente occidental. Los dos contendientes han instalado grandes altavoces y cada parte intenta convencer a gritos a la otra de que su comportamiento es absurdo y de que sus gobernantes son imbéciles... Extremando la prudencia para evitar incidentes fortuitos, el ejército francés ordena a sus centinelas que hagan las guardias con los fusiles cargados con cartuchos de fogueo..."
Hitler está exultante en esos días. El general Rommel, comandante del cuartel general de Hitler en Polonia, escribe: "El Führer está de excelente humor... dice que en cuestión de siete u ocho días todo habrá terminado en el este y que, entonces, nuestra Wehrmacht, en su totalidad y ya fogueada, se trasladará al oeste. Pero a mi juicio, los franceses han renunciado a luchar. Sus soldados se bañan en el Rin sin que nosotros les molestemos".
Evidentemente, Rommel se equivocaba mientras que Hitler mostraba una gran visión del panorama militar y político. Polonia, efectivamente, estaba a punto de capitular y Alemania debería trasladar todas sus fuerzas al oeste, para afrontar la guerra que su política había provocado.
Todo estaba previsto antes de que Hitler alcanzase el poder. En el ideario nazi estaba claramente formulada la teoría del Lebensraum, del espacio vital. Tal espacio vital se lograría a expensas de sus vecinos del Este. Tan obsesiva fue esta idea en la mente de Hitler que incluso el último día de su vida, el 30 de abril de 1945, la repetía a uno de los correos que salió de las ruinas de Berlín con su testamento para entregarlo al almirante Doenitz.
Y esta expansión debería hacerse a costa del este por varias causas: era la salida geográficamente lógica; racialmente, Hitler les consideraba inferiores; eran zonas con importantes núcleos de población judía, otra de las manías persecutorias de Hitler; constituían una amenaza para los planes expansivos del nazismo; ideológicamente -en el caso de la URSS- era uno de los demonios particulares del líder nazi; había núcleos de población de origen alemán, cuya incorporación a la Gran Alemania era una de las metas del III Reich. Aún se pueden hallar más motivos para el ataque a Polonia, pero uno no debe ser olvidado: revanchismo y ansias de recuperar los territorios que los arreglos de la Primera Guerra Mundial entregaron a Polonia.
Lloyd George profetizaba que "el corredor polaco", el tema de Danzig, conduciría a una guerra en el este de Europa de forma inevitable. Veinte años más tarde, el 24 de octubre de 1938, Berlín solicitaba a Varsovia la devolución de Danzig y el permiso para tender una línea férrea a través del corredor polaco.
Varsovia rechazó tales demandas y, sintiéndose amenazada, recurrió a Gran Bretaña en busca de ayuda para el caso de una posible agresión. Sea cual fuere la forma que ésta revistiera... el tema checo estaba bien reciente.
Chamberlain propuso a Varsovia la acción conjunta de Francia, Gran Bretaña y la Unión Soviética en apoyo de Polonia "si las agresivas ambiciones alemanas dieran señal de renovarse". Aún no se ha explicado por qué Varsovia rechazó la propuesta británica, mientras su ministro de Asuntos Exteriores, Josef Beck, contraproponía un tratado anglo-polaco de ayuda mutua.
¿Por qué se produjo la decisión polaca que dejó a Hitler la posibilidad de negociar con la URSS? Una de las hipótesis más sugestivas que se han manejado es la de que a esas alturas Washington había concluido que la única forma de eliminar el nazismo, repudiado ideológicamente y temido económicamente, era la guerra. Washington, apoyándose en Londres, habría decidido ir a la guerra que Hitler se ocuparía de iniciar con su ataque a Polonia.
El 12 de enero de 1939, el embajador polaco en la capital de los Estados Unidos, conde Jerzy Potocki, escribe una larga carta a su Ministerio en la que constata la campaña antinazi desatada en los Estados Unidos, movida por la prensa que controlan mayoritariamente los judíos. Sin embargo, se contempla amistosamente el totalitarismo soviético y se apoya la causa de la República española... Simultáneamente, los periódicos aseguran que en la guerra que está a punto de estallar inevitablemente y los Estados Unidos deberán luchar activamente por la libertad y la democracia. El presidente Roosevelt ataca al fascismo, alejando a los norteamericanos de sus preocupaciones domésticas y justificando un, textualmente, monstruoso programa armamentístico.
El embajador polaco sigue contando cómo los prohombres del poderoso clan judío que rodea al presidente -Baruch y Morgenthau, entre ellos- incitan al presidente a convertirse en campeón de la democracia y le convencen de que la guerra es inevitable. El texto del embajador polaco es un poco fuerte, probablemente cargado de prejuicios antisemitas. Sin embargo, disponía de un excelente observatorio para saber de qué hablaba y varios datos avalan sus notas.
Uno de los personajes mencionados es Baruch, del trust de cerebros del presidente Roosevelt, quien en fecha tan temprana como 1937, sometía al Senado un proyecto para la eventual movilización industrial en caso de guerra. Ese mismo año, en conversación con el general Marshall, le decía: "Es preciso librarse de Hitler. No le dejaremos salirse con la suya, ¿verdad?"
Bien podría pensarse que Baruch, de origen judío, trataba de vengarse de la política antisemita de Hitler y quizás era así, pero había algo que también preocupaba a Baruch, prestigioso financiero: la política de intercambios directos de Hitler, que estaban haciendo daño en la economía norteamericana...
La fecha de 1937 no es casualidad. Recuérdese que en otoño de este año, los Estados Unidos padecieron una de las oleadas depresivas más importante de la década, llegando a once millones el número de parados y a cinco el de los empleados sólo a tiempo parcial.
Prueba de que la preocupación económica relacionada con Alemania era lo que primaba en Baruch es esta frase suya de 1939: "Si rebajamos nuestros precios, no existe razón para que no consigamos atraernos a los clientes de las naciones beligerantes perdidos a causa de la guerra. En tal caso, el sistema alemán de intercambio directo quedará destruido".
Otro personaje es Morgenthau, el hombre que trazó el plan de 1945 destinado a arrasar Alemania hasta sus raíces.
Otro, en fin, es el propio presidente Roosevelt, cuyos preparativos bélicos en el orden presupuestario, industrial y diplomático son evidentes.
En ese mismo mes de enero de 1939, cuando las cancillerías de toda Europa buscan alianzas, mediaciones, acuerdos o garantías, el embajador de Washington en París, William C. Bullitt, alentaba a su colega polaco garantizándole el apoyo de Washington junto al de París y Londres en caso de un conflicto germano-polaco.
Más claro aún, este mismo diplomático estadounidense aseguraba el 25 de abril de 1939 al decano de la prensa norteamericana en Europa, Karl Wigand: "La guerra en Europa está ya decidida. Polonia tiene el apoyo asegurado de Inglaterra y Francia y no cederá ante ninguna demanda alemana. América entrará en guerra después de que lo hagan Inglaterra y Francia".
La rotundidad del embajador resulta bastante curiosa. Por un lado, Londres no firmará su acuerdo con Polonia hasta el 25 de agosto y, por otro, el pacto germano-soviético ni siquiera ha sido planteado. De esta sucinta relación cabe concluir que:
- Hitler estaba decidido a invadir Polonia y la amenaza de las potencias de su flanco oeste no le preocuparon excesivamente, convencido de que no intervendrían a tiempo para complicarle la campaña con dos frentes.
- La posición beligerante de Hitler aún mejoró cuando consiguió un acuerdo de no agresión con la URSS y un sabroso anexo que repartía Polonia y otros territorios del este entre ambos países.
- Las potencias occidentales sabían que la guerra era inminente y más aún, no hicieron nada por pararla. Era la guerra que estimaban necesaria para aplastar el poder amenazador del nazismo.
La postura de Francia, Gran Bretaña y los Estados Unidos se confirmará en los largos meses de la llamada "guerra en broma", que desde septiembre de 1939 a mayo de 1940, apenas producirá choques militares: el hundimiento de un portaaviones y de un acorazado británicos y un combate naval en el Atlántico Sur, que se saldó con la voladura del acorazado alemán de bolsillo Graf Spee ante Montevideo. Únicamente tiene importancia la campaña de Noruega, por el importante valor estratégico del país que Alemania sostendría hasta el final de la guerra, que no por la dureza de la campaña, ni por los medios empleados.
En esos ocho meses se produjeron docenas de intentos mediadores, pero estaba claro que nadie negociaba honestamente. Francia y Gran Bretaña suponían con fundamento que Hitler trataba, una vez más, de confiarles, de alcanzar una atmósfera de paz para seguir rapiñando territorios, como ocurriera en el caso checoslovaco. En esa tesitura, todos sus intentos negociadores y las mediaciones de terceros países se quebraron por falta de confianza. Los intentos alemanes, por otro lado, tampoco iban muy lejos. En numerosas ocasiones Hitler prometió retrocesos tan amplios que resultaron inverosímiles; o exigencias tan violentas que resultaban inaceptables.
La negociación que puede estimarse más interesante por la categoría del mediador fue la que a comienzos de octubre de 1939 emprendió el magnate del petróleo William Rhodes Davis, interesado en que no se produjera interrupción alguna de sus suministros de petróleo a Alemania. Este hombre de negocios norteamericano, apoyado por el dirigente de la Federación de Trabajadores de los Estados Unidos (CIO), John L. Lewis, que contaba con 14 millones de votantes, convenció al presidente Roosevelt de la conveniencia de una mediación.
Davis se entrevistó con Göring, al que entre otras cosas le asegura que Roosevelt está contrariado por la declaración británica de guerra contra Alemania, para la que Londres no le había consultado. Roosevelt pedía a Berlín que abandonara las zonas checoslovacas no alemanas y que propiciara la creación de un gobierno checo independiente. Respecto a Polonia, que crease un gobierno autónomo, reteniendo dentro de Alemania solamente las zonas que le fueron arrebatadas por los acuerdos posteriores a la Primera Guerra Mundial. EEUU propiciaría que Alemania, en compensación recibiera las colonias perdidas tras la I Guerra Mundial.
Göring y Hitler prometieron el inmediato cumplimiento de esos compromisos si Washington asumía esa mediación. Davis regresó a los EEUU rápidamente, acompañado por un embajador especial alemán que pudiera extenderse en detalladas explicaciones si fueran necesarias. Teóricamente deberían haber sabido algo el 5 de octubre, pero Roosevelt nunca recibió a Davis,
No se conoce explicación alguna a esta curiosa y estéril misión. Sin embargo, hay sobrados documentos diplomáticos contemporáneos que muestran al ejecutivo norteamericano plenamente dispuesto a ayudar a Londres y París en su guerra con Alemania, suministrando armas, piezas y repuestos, y otorgando un indiscutible apoyo político a las democracias europeas.
¿Se trataba de una mera maniobra de distracción interior, para contentar a los sindicatos, por ejemplo, o de una forma de ganar tiempo?... A este respecto debe recordarse que Hitler inicialmente había anunciado su ataque contra Francia para el 12 de noviembre.
Y también que, aunque el ejército de Hitler no había conseguido ni su óptima preparación ni el mejor armamento previsto, pues los planes del canciller alemán fijados hablaban de la posibilidad de guerra en 1944, estaba en inmejorables condiciones para aplastar a sus contrarios.
Estos eran inferiores en medios acorazados y aéreos y, sobre todo, carecían de una doctrina de guerra y un adiestramiento adecuado para la cooperación de aviones y carros y para las grandes operaciones blindadas. Francia se quemaba las cejas proyectando un avión de caza capaz de competir con los alemanes y, aunque al final lo lograron, apenas si contaban con unidades operativas cuando comenzaron las hostilidades. Londres estaba poco mejor. En 1938, cuando Chamberlain cedía en Munich, Gran Bretaña no contaba con ningún caza moderno. Su Hurricane estaba a nivel de prototipo y los Spitfire a la altura de proyecto. Según algunas fuentes, Londres disponía de cinco cañones antiaéreos modernos para su defensa.
En 1939 ocurre algo similar con los carros Francia, Gran Bretaña y Alemania refuerzan con la máxima presteza sus arsenales blindados. Francia no lo logró, Gran Bretaña sí consiguió poner en marcha un carro competitiva con los alemanes.
Aún hoy existe división entre los especialistas al juzgar si la ventaja cualitativa y cuantitativa militarmente hablando era mayor en noviembre de 1939 o en mayo de 1940. Según unos, la superioridad alemana era mayor en el otoño del 39, según otros era superior en 1940. Sea como fuere, lo cierto es que los futuros contendientes no podían saber eso y como es lógico, trataban de ganar tiempo esperando mejorar su situación. Quien de verdad, sin embargo, ganó el tiempo que precisaba para poner en marcha la mayor industria militar que hubiera podido soñarse en la época fueron los Estados Unidos, que, como datos apabullantes, podían ofrecer en 1942, su primer año de guerra, una producción de blindados superior en 20.000 unidades a la que tenía Alemania y unas cifras de fabricación de aviones superiores a las alemanas en 40.000 aparatos.
Tras estas consideraciones cabe concluir que Hitler, aunque en pocas cosas se pueda estar de acuerdo con él, tenía una visión política muy clara cuando pronosticaba que Inglaterra, ganase o perdiese la guerra contra Alemania, labraría la ruina de su poder mundial, dejando sitio a un vencedor en todos los terrenos, los Estados Unidos.
Pero antes de que todo esto ocurriera, más de medio mundo se vio envuelto en el más espantoso conflicto de la Historia. Más de cincuenta millones de seres perdieron la vida. Más de cien millones fueron heridos, perseguidos, despojados de cuanto tenían, incluso de su patria. En menos de seis años, el mundo cambió de aspecto, de fronteras, de organismos, de sistemas de producción, de tecnología... Todo se puso en marcha el primero de septiembre de 1939, cuando Hitler atacó a Polonia.